miércoles, 23 de junio de 2010

Nausea

A veces, leyendo algún libro determinado o viendo alguna una película (normalmente lo primero), no se puede evitar reflexionar y plantearse cuestiones, y al hacerlo, a uno se le remueven cosas por dentro, cosas que normalmente se encuentran ocultas y tranquilas en el fondo de la mente, pero que desagradablemente suben a la superficie en ocasiones , y al hacerlo uno nota como le asalta la nausea y se le agarra a la garganta. Estos días me ocurrió algo así leyendo un par de novelas en las que el autor volcaba en parte sus experiencias e impresiones como reportero de guerra; y a través de sus palabras y su estilo, crudos en su sencillez y naturalidad, uno podía ver reflejarse ,ante sus ojos, la naturaleza cruel, vengativa, mezquina, infame y absurda de puro estúpida que queda al descubierto en situaciones límites, como en los conflictos bélicos. Ante ello, no podía evitar que una especie de desaliento suave y denso, que un cansancio y una especie melancolía amargos y pesados se fueran apoderando de mis miembros y de mi cabeza, cuando le daba vueltas a lo que había leído.

Pienso que un momento determinado de nuestras vidas a cualquier persona le pueden asaltar estas sensaciones y sentimientos, pero que quizás, las personas con inquietudes y curiosidad, aquellas que tienden a reflexionar y buscar y más para aquellas que lo hacen con un cierto grado de honestidad, lucidez y valentía, ello puede ocurrir con mayor facilidad y en una medida más grande, llegando a convertirse en suceso casi común, casi omnipresente en mayor o menor medida y con el que se puede llegar a hacer muy duro convivir. No es que ello deba ser necesariamente mejor ni peor, simplemente es diferente.

Si algo así ocurre, es debido también, pienso, a que ese libro o cualquier obra o elemento de otro tipo que despierte esas impresiones, no hace más que reflejar, completar y moldear , en cierta manera, conocimientos y revelaciones ya intuidos de forma nebulosa y vaga que se depositan en los recovecos de nuestra mente y de nuestro corazón y, que en un momento dado encuentran una forma de ascender y tomar forma en nuestra conciencia.

Ciertamente la contemplación de los actos de violencia, destrucción, abuso y las muy diversas formas de barbarie de que es capaz la ruin condición humana, que en la guerra queda tan brutal e inequívocamente desnuda y puesta de manifiesto, resultante impactante, pero aún lo es más el hecho de que ello haya sucedido, suceda y sucederá en todo tiempo, lugar y circunstancia, llevado a cabo por personas que son iguales a nosotros y a nuestros semejantes. Y el hecho de que el compañero de trabajo, el amigo, el tendero con el que hablamos cada día, o nosotros mismos seamos capaces de actos de esa barbarie y brutalidad , simplemente encontrándonos en unas circunstancias determinadas, nunca es una idea fácil de aceptar, y no precisamente tranquilizadora. Y no hay que engañarse, como seres humanos que todos somos, en cierta medida y en cierta forma, todos somos esas víctimas y esos verdugos, y somos capaces de sufrir y cometer todos los actos propios de ellas.

Sin embargo, más amargo aún puede resultar, en contraste, volver la vista al aparentemente ordenado y civilizado mundo en que vivimos, observar las mezquinas metas, preocupaciones y necesidades de las personas que forman parte de esas perfeccionadas sociedades y que le dan forma a las mismas y determinan su curso; unas sociedades y un mundo el nuestro que se asemeja , en ocasiones, a una especie de granja hiperdesarrollada, por el modo en que organiza, condiciona y utiliza a sus miembros; un mundo este, el nuestro, donde a pesar de nuestro aparente civismo y cultura, existen también una infinita variedad de crueldades y abusos diversos que todos sufrimos y de los que también somos en parte responsables, aunque sea sólo por nuestra complicidad y aprobación silenciosa y tácita. La diferencia con una guerra o un desastre de cualquier otro tipo estribaría, más bien, en la forma pura y concentrada en que estas cosas se muestran, sucediendo todo de modo mucho más sutil y también hipócrita en nuestro mundo.

Necesario es reconocer, sin embargo, que en los malos momentos nuestras percepciones respecto a este tipo de cosas pueden verse deformadas y arrastradas por nuestro oscuro estado de ánimo y una mente demasiado imaginativa, como puede que me suceda a mi en estos momentos ; pero sucede también, pienso yo, que quienes son tachados de agoreros, pesimistas o amargados, son, a menudo, y, en gran medida, personas para las que no es tan posible o no tan sencillo , o no en la misma medida por lo menos, refugiarse en el espejismo de una imagen sobre si mismos y sobre su pequeño mundo que les facilite abandonarse al discurrir de sus existencias sin tener que sufrir la incomodidad de contemplar o reflexionar sobre ciertas cosas.

Cuando, como he dicho, sobreviene la náusea y se agarra a la garganta, en ese momento, se hace necesario tener algo donde agarrarse mientras vuelve a bajar. En mi caso, mis apoyos y justificaciones pueden resultar bastante simples o incluso endebles: unas pocas y escasas personas cuyo recuerdo e imagen brillan a pesar de todo, el recuerdo de ciertos libros, melodías o imágenes entorno a las cuales se ha conformado mi forma de pensar y sentir y a las que siempre puedo volver en busca de consuelo y refugio, la evocación de ciertos raros e inesperados momentos de plenitud y paz que han dejado entrever y experimentar una cierta armonía y tranquilidad , o , a veces, el simple aferrarse obstinadamente a un ideal propio y a un concepto digno de la propia persona sobre el que apoyarse , por estúpido o arbitrario que pueda ser. No es mucho quizá, como he dicho, pero personalmente atesoro todo ello como algo importante y valioso que, además, me ha permitido comprender y ser humilde, al mostrar como todo lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, lo abyecto y lo elevado y, en fin, todos las componentes de este mundo nuestro, con todas sus gradaciones de negativo y positivo, se pueden llegar a entremezclar y surgir , en cierta forma, unos de otros de una forma misteriosa y fascinante. También ayuda a continuar, aunque el camino a menudo no sea fácil ni agradable, con el consuelo de encontrar alguno de estos ocasionales tesoros y disfrutando de los que ya hemos hallado, teniendo la certeza , además, de que el tiempo de detenerse siempre acaba llegando y, después de todo, no hay necesidad de apresurarlo a pesar de todo . No parece mucho, ciertamente, pero para mi es suficiente. Cada uno tiene su camino, y lo recorre a su modo, llegando a donde llega y pagando sus propios peajes.

martes, 1 de junio de 2010

Espartanos

Al reflexionar sobre lo que constituyó y supuso el cosmos lacedemonio en la Grecia clásica de la antigüedad y el tipo de sociedad y cultura a que dio lugar: militarizada y rígida, que somete casi totalmente la individualidad al bien común, basada en un número limitado de ciudadanos-soldado que ejercen sus derechos y prerrogativas sobre y a costa de una amplia población sometida... Al reflexionar sobre ello repito, no puedo evitar que me surjan sentimientos encontrados y de naturaleza muy dispar.

En muchos aspectos, desde nuestros estándares y parámetros actuales, los espartanos hacían gala de unas costumbres y usos de una frecuente y marcada dureza, brutalidad y crueldad, ya fuera en la propia ordenación y trato de sus ciudadanos, ya en su relación con la población sometida. Algo que, muy razonablemente, tiende a generar rechazo y crítica en la mayoría de las personas formadas en una sociedad como la nuestra . El mencionado sometimiento casi total de la iniciativa y la libertad individual, reconducida hacia la idea de comunidad, e imposibilitada de ser ejercida al margen de la misma y fuera de los cauces marcados (que abarcaban casi todos los ámbitos de vida pública y privada) , nos resultaría simplemente asfixiante e intolerable, lo cual es algo lógico y que no puedo más que compartir.

No obstante, y a pesar de todo, desde otra perspectiva diferente, me resulta imposible no experimentar fascinación y admiración en el acercamiento a este pueblo y su cultura. Esas sensaciones no se relacionarían tanto con la impresionante disciplina y orden con que se comportaban en casi todos los aspectos de su vida esos hombres, o con el indudable e impresionante valor, eficacia y tenacidad que mostrarán en el combate, por adversa y desesperada que fuera su situación, o porque pudiera encontrar en ello el reflejo y cristalización de ideales utópicos, como tantos pensadores, militares o políticos delirantes han hecho a lo largo de la historia. No, en mi caso, más bien, mi querencia y simpatía por Esparta y sus ciudadanos se relacionarían , ante todo, con la obstinación, constancia y devoción que esos hombres mostraron a lo largo de cientos de años por perseguir y mantenerse a la altura de sus ideales marcados, por el orgullo sentido ante el mantenimiento de la imagen que habían forjado de sí mismos y de su ciudad y al que se aferraron hasta sus últimas consecuencias, aunque su construcción se fuera derrumbando y cayendo inevitablemente sobre sus cabezas con el tiempo, empujada por el viento del cambio.

Ciertamente, se podría discutir (y se ha discutido) sobre la lógica, el valor o la utilidad de una postura como la mantenida por los lacedemonios , pero la valoración que hago en este momento poco tiene que ver con estas dimensiones y nada o casi nada tiene que ver con un análisis histórico. No, para mi aquí se trata más bien de lo bello y hermoso, de lo sublime que puede resultar un tal empeño y una tal capacidad de sacrificio y devoción a un ideal y a una imagen( ya se considere estúpido o inteligente, positivo o negativo) como lo demostraron en tan alto grado los espartanos a lo largo de su historia. Personalmente, ello para mi se encuentra, en cierto modo, más allá de la inteligencia o la necedad o del bien y del mal; y se me aparece grande y admirable, simplemente porque resulta irresistiblemente hermoso; y, en estos casos, nunca he sido capaz de soslayar la verdad que encuentro en ese tipo de belleza.