viernes, 7 de enero de 2011

Juegos y reglas

- Resulta sorprendente como cuestiones que uno considera de la mayor relevancia o interés pueden surgir o encontrarse en situaciones anecdóticas o aparentemente irrelevantes . Es posible que ello sea una forma en que se manifiesta la profunda relación y conexión de todos los asuntos y elementos del mundo humano.

En fin, entrando en el asunto en sí, diré que me encontraba hace unos días jugando a un videojuego y en el transcurso del juego, surgió, como es usual en estos casos , un puzle a resolver para poder continuar avanzando y desvelar, de paso, ciertos hechos importantes de la historia. El mencionado puzle consistía en realizar un movimiento en una partida de ajedrez en la que, aparentemente, no existe forma alguna de realizar una jugada exitosa. La pista, creo recordar, rezaba algo así como que las reglas habían sido establecidas y todos lo movimientos calculados, con lo que , en un principio, no parecía haber forma alguna de resolver el problema. Evidentemente existía una forma de solucionarlo, y esta no era otra que sacar al rey fuera del tablero, o lo que es lo mismo , negarse a jugar según las reglas y los fines que se nos imponen en el juego del ajedrez. Aunque ingeniosa hasta cierto punto, la solución , no obstante, tampoco resultaba tan inusitada u original una vez encontrada. Un ejemplo sencillo de de pensamiento lateral por lo demás, en la línea del clásico episodio del Nudo gordiano. Sin embargo, este simple acontecimiento me hizo reflexionar , una vez más, sobre el asunto de los juegos, las reglas y los objetivos.

Aún a riesgo de forzar o llevar demasiado lejos una metáfora o imagen, creo que el hecho de contemplar muchos aspectos capitales de nuestro mundo a través de la perspectiva del juego, no sólo puede resultar un ejercicio interesante, sino también altamente ilustrativo e instructivo para ayudar a comprender o aclarar , hasta cierto punto, algunas cuestiones de bastante importancia . Así pues, en primer lugar se puede elucubrar sobre cuales serían los elementos principales de un juego. Rápida y fácilmente, con el concepto de juego en mente, uno puede pensar en un objetivo o meta , unos jugadores, unas reglas y unos medios a través de los cuales conducir el juego. Resulta también, casi imprescindible, no olvidar tampoco el asunto de los riesgos y las ganancias posibles, en una relación directamente proporcional normalmente, de aquellos que toman parte en el juego. Y, precisamente, son el riesgo y la ganancia, junto con el objetivo al que se asocian, los que hacen que un juego pueda pasar de resultar un asunto banal , de puro entretenimiento o distracción, a ser algo de la mayor trascendencia o seriedad. Creo que en elementos como éstos, precisamente, radicaría ,en gran parte, la grandeza del juego entendido en sentido amplio ; en ser una idea y un concepto altamente maleable y flexible, que manteniendo unas sencillas premisas como las citadas pueda acabar adoptando tantas y tan diversas formas, y que tiene capacidad de llegar a abarcar tantas dimensiones y realidades. Con cierta audacia, ¿no es acaso posible aplicar este punto de vista y analogía a una inmensa cantidad de acontecimientos y procesos que acontecen y conforman la existencia de todos los seres vivos, quizá incluso la mayoría o incluso la práctica totalidad de ellos?

Poder utilizar este prisma con muchas de las dimensiones y áreas de nuestra realidad (algo en lo que, desde luego no sería nada original por lo demás) es posible que pueda causar rechazo por su aparente aire burlesco y superficial, pero en realidad, no creo que haya realmente nada trivial ni frívolo en el juego per se. Llegado el caso, el juego puede devenir en lo más serio, y, quizá, lo único serio que se pueda encontrar en último término. Sospecho que éste posible rechazo podría encontrarse en relación de alguna forma con la tendencia de las personas en contemplar las convenciones, reglas y finalidades que gobiernan y moldean su vida como algo absoluto y elevado, solemne, envuelto en un aire de pesada y blindada santidad (casi los valores opuestos que se suelen atribuir al juego) que, de la misma forma, ayuda a crear la ilusión tranquilizadora de permanencia y solidez y , de paso, hace más fácil aceptar los límites y finalidades impuestos a nuestras concepciones y a nuestra forma de vivir .

Volviendo a retomar la analogía del juego y su aplicación, todos los seres vivos, pienso, obedecen a reglas y persiguen objetivos y metas a través de los medios que están a su alcance y en las condiciones dadas en las que se desenvuelven. Que sean más o menos conscientes de ello, o que sean capaces de variar ese orden de cosas no creo que deba importar demasiado para el hecho en sí. No obstante, para los hombres en particular, si que tendría su indudable y capital trascendencia y significado, sobre todo para el problema de la visión y la concepción de sí mismos; un asunto con amplias y trascendentales ramificaciones . Después de todo, y refiriéndonos a la humanidad y a su aparente originalidad , se suele hacer hincapié respecto a la misma en el hecho singular de que los miembros de nuestra especie han sido capaces de emanciparse y haber superado, por lo menos hasta cierto punto, los condicionantes que marcaban las fronteras y horizontes que gobiernan a demás seres vivos y que dirigen su rumbo a lo largo de su tiempo de vida. No sólo eso; de igual manera, los seres humanos , se supone, son capaces de crear y transformar sus propias reglas, finalidades y objetivos, además de procurarse sus propios medios, pudiendo modificar, también, y en cierta medida, las condiciones en las que se desenvuelven. Con ello, ¿no quedaría con ello manifiestamente clara una sorprendente y maravillosa capacidad creadora, por nadie más conocida hasta donde sabemos, que , asimismo, se alzaría en elemento primordial que caracterizaría y haría especial al hombre, otorgándole además un privilegio y una libertad inalcanzables para cualquier otra forma de vida conocida? Llevado a sus últimas consecuencias, este don, podríamos suponer que nos acercaría casi a las fronteras de los dioses en las cuales la creación solamente estaría limitada por el acto creativo en sí y podríamos marcar sin estorbos el curso de nuestro destino. Pero no puedo dejarme llevar más por estas ideas, que si bien resultan bastante dignas de admiración y estima para mi (por lo menos en su faceta de ideales), su entidad y funcionamiento concreto en la realidad es algo que despierta mis reparos y mi escepticismo.

Para empezar, me cuestiono en que grado realmente el hombre ha llegado a liberarse de los condicionantes de su biología y de su medio, pero ello es algo que nos alejaría del tema a tratar. Aún reconociendo en los seres humanos la existencia, ya sea en un grado o en otro, de un cierto potencial creativo y una capacidad de determinar y dar forma a su existencia, y que, como consecuencia, otorgaría una libertad a los hombres no conocida por otro tipo de ser vivo ( hasta donde sabemos por lo menos); pienso que ello sería demasiado frecuentemente más una fuente de angustia, ansiedad y pesadez que un privilegio o un regalo como se pudiera pensar . Los ejemplos que encuentro en la vida diaria o en los libros me reafirman en esta opinión. Es bastante lógico después de todo, aunque no menos triste, y , a la larga, ciertamente irresponsable y peligroso. Indudablemente, abrazar un tipo de libertad como la que implica el don creativo del que hablo, aunque pueda llegar a proporcionar los frutos más dulces, deja a una persona frente a frente con una pesada, ingrata y dolorosa tarea como la que es ser dueño de la propia persona y del propio destino, y también frente a la responsabilidad de los propios actos. Resulta mucho más cómodo y sencillo dejarnos llevar; que sean otros quienes marquen las reglas, que sean otros los que determinen las metas, los significados, los valores... que sean otros los que nos digan lo que tenemos que ser y hacer. ¿Hasta que punto los ideales humanísticos a través de los que nos definimos y con los que nos identificamos tan a menudo no son más que eso, simples ideales?

Puede que el señor Pérez-Reverte haya podido ver con más lucidez y ecuanimidad que la mayoría de nosotros. Es posible que lo mejor que pueda hacer una persona que se enfrente a estas problemáticas cuestiones sea encontrar consuelo en el hecho de poder discernir cuales son las reglas y como funcionan, poder identificar las jugadas y comprender la dinámica del juego y el papel que ostentamos en ello, aunque poder intervenir y participar activamente en el mismo, o poder crear un juego propio sea otra cuestión, algo que, quizá, quede demasiado a menudo lejos de nuestro alcance.

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